Época: XX26
Inicio: Año 1980
Fin: Año 1990

Antecedente:
Los 80. El final de la historia como vuelta a la historia

(C) Virginia Tovar Martín



Comentario

De alguna manera la dicotomía que planteaba Kosuth en sus tres sillas, la propuesta del Minimal de implicar el problema temporal -estar allí entonces- en su juego de objetos "literales", la idea de pasarlo todo de un plano personal a un plano colectivo de Boltanski... se resuelve en la década de los 80, un lugar que prometía la multiplicidad, la idea de diversos soportes, estilos y temas que convivirían en el territorio de lo ecléctico. Proliferación de nuevas formas de arte político que toman como punto de partida lo sexual y lo racial, revisión total de la autoría a partir del apropiacionismo... Debería haber sido un bello proyecto, un arte de representación teatral en el que todos somos todo -artistas, espectadores, obra, hombres, mujeres, blancos, negros, chinos...-, en el que nadie ni nada es idéntico para siempre, porque el arte de los 80 ha sido representación pero, ¿qué pasaría si como vaticinaba Boltanski "cuando se representa ya no se vive"?.La generación de los 80 ha crecido prendida de la teoría, ha aprendido a construir el lapsus expulsando por completo la sorpresa, el azar. Ha creado un arte esencialmente textual que basa toda su estrategia en lo lingüístico, un arte que exige del espectador una información previa que le permita descifrar las trampas. Si no se conocía la foto originaria de Evans no se podía entender el guiño: alguien fotografía una foto de Evans y la firma con su nombre. El arte de los 80 debía venir acompañado con un manual de uso y, al fin, la negación de la historia acababa por ser una recurrente cita de la historia, la heterodoxia una recuperación culta de la ortodoxia, releída, eso sí, pero ortodoxia al fin y al cabo.En la carrera por las exclusiones -del espacio, de la pasión, del azar, de la historia...- el espectador, nosotros en tanto mirada, éramos excluidos a no ser que llegáramos hasta el camuflado acontecimiento con las armas de lectura exigidas. El arte de los 80 era, al fin, un arte esencialmente instalado en la alta cultura, aunque se disfrazaba a veces de baja cultura, bien es cierto, pero era sólo otra trampa del lenguaje. La apropiación de signos de otros medios, de otros tiempos, de otras culturas, de otros estratos sociales... estaba tan connotada que requería un control sofisticadísimo sobre cada una de las significaciones -las viejas, las nuevas, las posibles, las probables, las recurrentes, las falsas, las aparentes...-. Mirar no bastaba. Por mucho que se buscara tampoco ahí acaba de aparecer el desnudo, aunque la situación era más ambigua que la del Armory Show, más perversa: leer a Evans resulta fácil, saber que se trata de la foto de una foto de Evans es otra cuestión.El arte de los 80 era, así, un arte altamente intelectualizado que no hubiera podido existir sin la crítica. Y era un arte, además, que se contaminaba, como el lenguaje, que parecía decir algo que en realidad no estaba diciendo. No obstante, cada detalle, cada síntoma, formaba parte de un plan sin fisuras. Los artistas de los 80 sabían, más que nunca, lo que tenían que decir, lo que tenían que sentir "y qué cara poner mientras lo estaban sintiendo", como comentara Andy Warhol del cine. Sin duda, una respuesta contundente a la crítica greengeriana que exigía pureza al arte, que exigía al arte seguir una línea, no salirse de esa línea, hacerse cada vez más frío, más puro, más preciso. O no tanta crítica al fin. Tal vez se trataba sólo del sueño de Greenberg hecho realidad, aunque fuera un producto final algo diferente del que Greenberg hubiera podido imaginar.El tan explotado cuerpo que se anunciaba revolucionario en sus usos en los 60 y hasta los 70, se iba convirtiendo en su propia caricatura. Primero se simulaban cadáveres y luego se retrataban cadáveres reales. Primero se simulaban cambios en el cuerpo y luego se cambiaba el cuerpo en el quirófano como hace la artista francesa Orlan, quien, a través de un ordenador, va escogiendo las partes más connotadas de algunos cuadros clásicos de la Historia del arte y recomponiéndolas en su propio rostro a través de operaciones de cirujía plástica.El arte de los 80, o esas ciertas formas que entonces intrigaron, han envejecido mal, igual que la crítica o la teoría. Ahora, desde hace unos años, han dejado de aparecer movimientos nuevos -se habla sí de multiculturalidad, pero ese es también un fenómeno de los 70; se habla de multimedia, aunque se trata de algo que nació en los 60. Tal vez se nos han agotado las ideas o a lo mejor el hecho mismo de que nos hayamos quedado sin nombres es prueba de buena salud (los británicos dicen que la falta de noticias son buenas noticias). La naturaleza de los encuentros se ha transformado y si el arte de los 30 era nacionalista, el de los 80 se ha convertido en cosmopolita, que es en este caso tanto como decir corporativo, idéntico en todas partes. ¿Con qué, con quién encontrarse entonces si ya no quedan sorpresas, ni azar, ni secretos?Todos han querido triunfar en la metrópoli y para triunfar en la metrópoli hay que seguir las reglas, las modas. El problema que plantea tal estrategia es que, al final, todo se acaba por parecer mucho a todo, cada chiste resulta incómodamente familiar. El artista conceptualizante John Baldessari (1931) narra muy bien el drama en "Ingres y otras parábolas": "Un joven artista que había terminado sus estudios en la escuela de Bellas Artes preguntó a su profesor cuál debía ser el siguiente paso. Ir a Nueva York, dijo el maestro, y llevar diapositivas a todas las galerías y preguntar si quieren exponer tu obra. Y eso fue precisamente lo que hizo. Fue a una galería tras otra con sus diapositivas. Los directores las miraban una por una, al trasluz, para verlas mejor. Y parpadeaban en la operación. Es usted un artista demasiado provinciano, decían todos. Lo que usted hace ya no se lleva. Nosotros buscamos historia del arte. No desesperó. Se mudó a Nueva York. Pintó sin parar, casi no dormía. Fue a inauguraciones de museos y galerías, fiestas en estudios y bares de artistas. Hablaba con todo aquel que tuviera algo que ver con el mundo del arte. Viajó y no hizo más que leer sobre temas de arte. Se derrumbó. Llevó sus diapositivas por las galerías una segunda vez. Los directores le dijeron: Ah, por fin ha entrado usted en la historia."Y la moral del cuento, según Baldessari, es que historia mal pronunciada suena a histeria, la histeria de entrar en la historia, seguramente. Aunque quedan, como es lógico, proyectos personales, artistas que siguen trábajando en su propia línea, gentes que, como Hesse, "no pueden ser tantas cosas". Y tal vez se están encontrando, un día como hoy, con alguien a quien merezca la pena desvelar un secreto.